Autora: Diana Patricia Ramírez Ornelas
En los jardines y parques, en las
banquetas y a la orilla del camino, nace y sobrevive una planta que resiste y
crece en las grietas del pavimento: el diente de león. Es una planta famosa en
todo el mundo, ya sea por sus hojas dentadas, sus flores amarillas y esponjosas
o por sus inspiradoras semillas voladoras, que le han ayudado a distribuirse
desde Europa y Asia, de donde es originaria, hacia el resto de los continentes;
en el hemisferio norte y hemisferio sur. Crece en altitudes de 0 a 1000 msnm,
aunque también le van bien las zonas tropicales a 1200 -1500 msnm. Prospera en campos
y ciudades, sin discriminar, a tal grado que se le considera una maleza y es
una dura combatiente para quienes desean eliminarla de sus tierras.
Su popularidad no se trata de algo
reciente, ya que pertenece a numerosas culturas dentro de su medicina tradicional
y gastronomía. Se han encontrado registros donde los egipcios reportaron su uso
como planta medicinal en el 300 a. n. e. Forma parte del menú en una leyenda griega
reconocida, donde Teseo comió una ensalada de diente de león después de acabar
con el minotauro. La medicina tradicional china la conoce como uña de la
Tierra, haciendo referencia a su obstinada raíz. Y por supuesto, también
pertenece a la medicina tradicional mexicana.
El nombre científico del diente de
león es Taraxacum officinale. La palabra
Taraxacum, que es el género de la
planta, tiene un origen incierto. Los
estudiosos le asignan dos posibles orígenes: del árabe tarakhshaqun “hierba amarga” y de las palabras griegas taraxis “enfermedad ocular” y akos “cura”. Es fácil ahora imaginar su
sabor y su uso en las medicinas tradicionales. Pero sería un grave error
limitarnos a ello y menguar en su importancia y aplicaciones. El diente de león
es una de esas plantas que se utilizan de “los pies a la cabeza”, es decir, de
la raíz a la flor. Sus hojas, raíces y flores tienen usos, sabores y compuestos
diferentes.
Taraxacum
officinale es una hierba perenne, que pertenece a la familia Asteraceae. Su crecimiento es en roseta
basal y la forma de sus hojas es variable en los individuos, algunos con formas
lobulares, otros con hojas dentadas. Mide hasta 30 cm de altura y presenta
flores hermafroditas color amarillo. Sus frutos son aquenios muy pequeños con
vilano de unos 7 a 15 mm. Su raíz puede llegar a medir desde 0.5 m hasta 2.0 m,
(ahora entendemos su nombre chino), y sus raíces laterales se distribuyen a lo
largo. Además, la raíz tiene una alta capacidad de regeneración y puede
producir brotes a partir de fragmentos pequeños. Toda la planta genera un látex
blanco cuando se corta (Figura 1).
El diente de león en la medicina tradicional
Entre los saberes y experiencias
acumuladas dentro de las medicinas tradicionales, se comparten varios usos del
diente de león. En la medicina tradicional mexicana, se usa la decocción de las
hojas o la infusión de la raíz para atender problemas de hígado. También se usa
para problemas de la piel y la vesícula biliar. Se emplea el látex de la planta
o el agua de remojo de la planta seca para aliviar los ojos irritados. Se
reporta su uso para el tratamiento de enfermedades gastrointestinales como el
estreñimiento, dispepsia, acidez, gases e inflamación de abdomen; en afecciones
de las vías respiratorias, como bronquitis, neumonía, para aliviar la tos. Para
desinflamar heridas y el músculo liso. Calma el dolor reumático y los cólicos
menstruales, fortalece el corazón. Trata la diabetes y remover cálculos del riñón;
se emplea como sudorífico y tónico. En la medicina tradicional irlandesa y
británica se comparten estas aplicaciones, además de curar el nerviosismo, las
aftas, los huesos débiles o rotos y la anemia.
La medicina tradicional china la
utiliza principalmente para la inflamación. Por otro lado, en la antigua
Persia, se aplicaba en los ojos para reducir los síntomas del glaucoma. El jugo
del diente de león también se recomendaba para los edemas y como antídoto para
las picaduras de escorpiones. Y esta larga lista podría seguir, con los usos
que le dan en países tan distintos como Rusia, Turquía, Bulgaria, Kosovo,
Venezuela, Ghana.
La pregunta más evidente aquí: ¿Es
posible que una sola planta pueda tratar tal variedad de padecimientos
alrededor del mundo?
Figura 2. Dientes de león en su ambiente natural. Crédito al fotógrafo
Raíces, hojas y flores, ¿qué hay en cada parte?
Resulta que Taraxacum officinale posee un gran conjunto de compuestos
bioactivos y algunos se ubican en partes específicas de la planta. Un compuesto
bioactivo es una sustancia que no es de interés nutrimental, pero tiene un
impacto benéfico y significativo en la salud. Existen varios tipos, que se
clasifican de acuerdo a su estructura química: los nitrogenados, los azufrados,
los terpenos y los fenólicos. Taraxacum
officinale contiene principalmente compuestos terpénicos y fenólicos.
El sabor amargo de sus hojas se
debe a la presencia de sesquiterpenlactonas glucosiladas, como el ácido taraxínico,
que solo se ha encontrado en esta especie. Estos compuestos se relacionan con
sus propiedades antiinflamatorias y antimicrobianas. Sus hojas también
contienen triterpenos, que promueven la reducción en la absorción de
colesterol; ácidos fenólicos como el ácido caféico y el ácido clorogénico, que
estimulan el sistema inmune; flavonoides glucosilados, como la luteoína y la
quercetina, que son reconocidos antioxidantes; cumarinas como la chicorina y la
aesculina, con actividad en el sistema cardiovascular.
Las flores, al igual que las hojas,
contienen ácidos fenólicos y flavonoides glucosilados y en forma libre, como la
luteolina y el crisoeriol.
En la raíz se ha descubierto una
mayor variedad de compuestos bioactivos: nueve lactonas sesquiterpénicas glucosiladas
y en forma libre, como la tetrahidroridentina B, ixerina D y taraxacósido; triterpenos
como el taraxasterol, α- y β-amirina;
12 ácidos fenólicos como el ácido vainillinico, ácido cumárico y el ácido
felúrico; cumarinas como la esculetina y escopoletina; la inulina, un carbohidrato
complejo con actividad prebiótica.
Desde el punto de vista
nutrimental, el diente de león también es bastante notable. Sus hojas son una
excelente fuente de minerales como el calcio, potasio, manganeso, hierro,
cobre, y zinc. De vitaminas, se puede encontrar vitamina A, carotenoides,
vitamina B1, B2, C y nicotinamida. Aporta aminoácidos esenciales y
condicionales como leucina, lisina, valina, treonina y serina. Contiene ácidos
grasos insaturados, como el ácido linolénico y linoleico.
Figura 3. Frutos del diente de león. Creditos al fotógrafo <a href="https://openphoto.net/gallery/image/view/29152">© Korry Benneth</a>
¿Cómo se come?
En la gastronomía mediterránea, sus
hojas y flores forman parte de las ensaladas y se cocinan en sopas, pastas y
guisados. Las raíces se secan y se tuestan para preparar una bebida similar al
café; con las flores se preparan postres y licores, de forma tradicional. En
México, también se puede encontrar dentro de la gastronomía tradicional de
algunas regiones rurales: se preparan las hojas en mezcla con la masa de maíz o
como bebida refrescante licuadas con limón, azúcar y agua.
Conociendo los usos, los compuestos bioactivos y su valor nutrimental, es fácil de entender su presencia e importancia en una gran diversidad de culturas desde la antigüedad. Una planta que, en tiempos más lejanos no era tan prolífera como lo es ahora, pero que curaba desde un afta hasta la picadura de escorpión, que mejoraba la piel y protegía al corazón, que nutría y mejoraba la salud gastrointestinal, en estos tiempos crece en las banquetas de la ciudad, igual de curativa y nutritiva que siempre. Podríamos reconsiderar que viviera en los jardines de las casas, en las tierras de cultivo y cambiar su imagen de mala hierba, a la hierba que cura todos los males.
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Sobre el autor: https://revistarimega.blogspot.com/2022/02/diana-patricia-ramirez-ornelas.html
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